Escribir un silencio by Claudia Piñeiro

Escribir un silencio by Claudia Piñeiro

autor:Claudia Piñeiro [Piñeiro, Claudia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Comunicación
editor: ePubLibre
publicado: 2023-11-01T00:00:00+00:00


La traducción: en busca de la palabra justa[43]

En la novela La traducción, de Pablo de Santis, uno de los personajes, Naum, dice: “El verdadero problema para un traductor no es la distancia entre los idiomas o los mundos, no es la jerga ni la indefinición de la música; el verdadero problema es el silencio de la lengua (…) porque todo lo demás puede ser traducido, pero no el modo en que una obra calla; de eso no hay traducción posible”.

Hace unos meses, cuando Javier Marías estuvo en Buenos Aires, recomendó a quienes quisieran escribir: traduzcan, traduzcan, traduzcan. Dijo textualmente, según detalla Silvina Friera en Página 12: “El traductor no solamente es un lector privilegiado, sino que es también un escritor privilegiado que tiene que volver a escribir el texto original, que es móvil per se porque nunca hay una versión unívoca. Si uno llega a reescribir un texto de Conrad, de Faulkner o Nabokov, tiene mucho ganado. No da talento ni inventiva, pero ponerse a la altura de un gran autor y salir más o menos airoso en la reescritura en otra lengua es un trabajo extraordinario para cualquier escritor”.

La traducción tiene amplia tradición entre nuestros escritores. Borges empezó traduciendo a los diez años El príncipe feliz de Oscar Wilde, para luego seguir con muchos otros autores: Poe, Kafka, Whitman, Virginia Woolf, Herman Melville, André Gide. Cortázar también tradujo a Poe, y tiene en su haber la única traducción completa del Robinson Crusoe de Defoe. Pepe Bianco fue el primero en traducir a Henry James, y más tarde a muchos otros: Beckett, Paul Valéry, Sartre, Ambrose Bierce, Genet. Marcelo Cohen —además de traducir él mismo— dirigió la colección de Editorial Norma “Shakespeare por escritores”, donde cada obra fue traducida por un gran autor. Elvio Gandolfo también tradujo a Shakespeare y a varios más, como Tennessee Williams o Tim O’Brien. Esther Cross tradujo a varios, pero nada menos que a Richard Yates. Inés Garland a autoras que admiro y leo gracias a su traducción: Lorrie Moore, Lydia Davis, Jamaica Kincaid. Solo por nombrar a algunos pocos de los muchos escritores que experimentaron lo que es sentarse frente a un texto original y buscar, renglón por renglón, la palabra justa, la que logre honrar con precisión a aquella otra, la extranjera, la que eligiera el autor sin hacerse, tal vez, tantas preguntas como se hace su traductor. O muchas preguntas, sí, pero otras.

No por contradecir a Javier Marías sino para sumar desde su espejo inverso, el escritor aprende cuando traduce pero también cuando es traducido. De un país lejano pueden llegar a nuestra casilla de mail desde una o dos tímidas preguntas, hasta listados interminables de dudas de todo tipo. Quien está a cargo de la traducción puede interrogar tanto acerca del significado de una palabra como de su uso, del sentido de la expresión, del dicho o de la metáfora a la que alude. Y es entonces cuando esas dudas que no nos habían inquietado hasta el momento, se nos presentan



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